jueves, 2 de agosto de 2007

Pucho 22.

Hubo tiempos difíciles en que los pasos perdidos de su destino corrían sin sentido tras la muerte. Luego la vida sembró un rencor inexplicable, que con el correr de los días crecía en su corazón. Conoció la feliz tragedia del amor, sufrió con emoción las mas profundas traiciones y se vio perderse en el laberinto ingenuo de las certezas, pero lo que todavía nunca hizo fue ver llover en primavera junto a su María mientras escuchaba el latir de los relámpagos, o presentir el momento exacto en que la tarde se transforma en noche, o dejarse alcanzar por los complejos mas extraños frente a algún viejo espejo azul del baño de un hospital, ni tampoco soñar con búhos o comer alcachofas.
El amor fue para él una trágica emoción que lo acerco a la vida, aplacando la muerte con los mismos sutiles engaños de las novias nuevas y los reconfortantes helados de frutilla, chocolate y dulce de leche.
Se hacia llamar Pucho, o por lo menos así le decían sus compañeros, que según aquellos tipos de blanco deberían ser llamados pacientes, pero muy en el fondo saben que no lo son. Siempre sospechó que estaba loco, pero también sabia que todos somos tristes artefactos descompuestos intentando afinar con el ambiente, los desaforados gritos de nuestra imperfección.
Él lo sabia y ellos no, esa era su ventaja, y aunque todavía algunos lo llamen en voz baja loco el no se preocupa demasiado al respecto y despliega una y otra vez su ensayada respuesta:
- Al fin y al cabo que saben de locura los imbéciles, que saben de poesía los perros o los orangutanes, que carajo pueden ellos llegar a saber...-

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