jueves, 2 de agosto de 2007

Domingo macabro.

A las tres de la tarde el cuerpo demacrado de Mauricio solía tomar mates en el patio central, su difunta esposa Maria balbuceaba una suerte de insultos desde la cocina y sus dos pequeños hijos, Marta y Raúl, ya pudriéndose de cuerpo entero corrían por las habitaciones escondiéndose de la mirada paterna. Era una hora justa, especialmente los domingos, para descansar de la rutina, para pudrirse al sol con absoluta tranquilidad, dejar correr las horas y descomponerse en silencio, sentado esperando la nada entre mate y mate. Después había que levantar las piernas, moverse lentamente entre las macetas y regarlas sin ganas, pensando en cosas, y todo era como entrar en un estado sin tiempo, donde los minutos corren sin prisa ni la más minina noticia de su existencia. Y Mauricio empezaba a pensar mas profundo, preguntándose cosas y respondiéndose instintivamente.
El calor quemaba duro a esas horas, pero la fidelidad al mate era una cuestión sagrada. Mas tarde el tío Tito de la Chacarita con un gran paquete de facturas.

- Maria calentate una pava mas.

-Ya va, ya va, pero porque no calmas a esos mocosos…chicos déjense de joder por el amor de dios.

Y el olor a podrido se hacia mas pesado, los miembros caídos en todos los rincones iban dejando huellas por las pisadas y manchando las baldosas. Entonces la rutina de Maria, que puteaba con insultos nuevos que le gustaba inventar porque sabía que tendría que limpiar la mugre hasta tarde, era gracioso ver como a veces no resistía y se reía de sus propias creaciones, ocultándose un poco con las manos para no perder esa autoridad magistral que tanto trabajo le costo entablar. Y mientras ella saludaba sin saludar a Tito, con una extraña cordialidad que solo ellos podían frecuentar, se paseaba con la escoba y un trapo sucio de un lugar a otro mirándolo todo de un solo saque.
Así eran los días en aquel pequeño mundo inventado por Mauricio, un eterno domingo a la tarde de un verano con 40 grados, viviendo en un universo paralelo lleno de ausencias. Y ahí esperaba él que llegara la última hora, la hora de pudrirse definitivamente junto a sus seres queridos... para el resto del mundo ya era tarde y la enfermera, ajena a toda esta realidad diferente mientras apagaba las luces del pabellón del neuropsiquiatrico, ya cansada, pensaba en que podria llegar a cocinar esa noche al volver a casa.

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