jueves, 2 de agosto de 2007

En la busqueda.

No se produjo contacto, no se miraron ni se presintieron, pero se odiaron en perfecto disimulo y hasta con una cordial indiferencia. Los rastros invisibles de sus desencuentros flotaban perdiéndose en el viento, por la ventana de roble que conducía a la calle mojada y fría del barrio de Boedo. Sus nombres no importan demasiado, el era alto y sereno, ella pequeña e intranquila. Me parece que se soñaban con frecuencia, especialmente en primavera, y hasta creo que alguna vez se mataron allí mutuamente con gritos y cuchillazos reiterados que se introducían con melodiosa sincronía en sus tripas, perpetuamente, sin que pudieran tumbarse jamás el uno o el otro. Una voracidad precoz acompañaba sus deseos de aniquilarse, pero no se atrevían a buscarse entre las gentes por temor a reconocerse. Sus rostros bajos y ausentes jamás se posaron tranquilos en ninguna mirada por demasiado tiempo, pues la desconfianza pronto los invadía y temían ser descubiertos si alguien llegaba a desenmascarar sus torturadas almas de presuntos y futuros asesinos. Malestares y tristezas todavía los acompañan, acoplándose en acordes confusos que siguen buscándose sin ganas ni opción, para completar la amarga sinfonía del final del juego, el juego de la muerte.

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